lunes, 15 de noviembre de 2010

Cuento I

Érase una vez, un pequeño de 10 años llamado Abbi que vivía en un pueblecito de Tailandia con su madre, su padre, sus hermanos menores y rodeado de un montón de animales.
Un día, su padre llegó emocionado a casa mientras Abbi daba de comer a las vacas. En sus ojos, se podían leer buenas noticias: había conseguido unos billetes de avión hacia España, un país de Europa. Su familia viajaría allí para instalarse a vivir. El padre de Abbi había conseguido un trabajo en una tienda.


Después de un largo viaje, Abbi y su familia llegaron a España. El país era completamente diferente, extraño, horrible para Abbi. Pero lo peor sin duda era la escuela. Abbi nunca había ido a la escuela, nunca se había tenido que levantar todos los días tan temprano, y le costaba mucho aprender el nuevo idioma.
Sus compañeros se reían de él por no saber leer, el idioma le parecía difícilisimo, nadie quería ser su amigo, y además todos tenían costumbres rarísimas... todo se había complicado en cuestión de días.
Abbi llegaba a la tienda de sus padres triste, decaído... no quería volver al colegio, aquello era un infierno y Abbi no conseguía adaptarse.
La cosa realmente empeoró con la llegada de los exámenes. El pequeño seguía sin controlar el idioma, ningún compañero quería ayudarle ya que ninguno quería entablar amistad con él  y los profesores veían claro su fracaso escolar este año. 
El examen de Lenguaje fue caótico para Abbi, lo que causó aún más risas entre sus compañeros. El examen de Conocimiento del Medio, no fue mejor, y aquello aumentó su aislamiento social por parte de los demás... Pero la cosa cambió con el examen de Matemáticas: Abbi sacó una nota inmejorable. 
Todos, compañeros y profesores, quedaron extrañados: nadie podía imaginarse la capacidad que tenía el chico para las matemáticas. Y en realidad, Abbi tampoco podía imaginárselo: nunca había practicado, pero lo cierto es que aquello le resultaba muy sencillo... Sin tener que hablar en otro idioma, sin palabras nuevas, sin complicadas frases...
A partir de ese examen, la suerte del niño cambió: a los profesores se les ocurrió que Abbi podía ayudar a sus compañeros con la asignatura, y ellos le ayudarían a él con las demás. 
En los meses siguientes, Abbi entabló relación con los demás pequeños, que comenzaron a verle de distinta manera: ya no importaba que su piel fuera más oscura, ni importaba que sus ojos no fueran grandes y redondos, ni lo difícil que le resultaban algunas palabras... Sólo importaba que podían ayudarse mutuamente, podían aprender muchísimas cosas de los otros y podían complementarse para ser más fuertes.


Al final del curso, Abbi era uno más; y no dejó de agradecerla a el examen de matemáticas lo que había conseguido: unir a personas diferentes, con mucho que aportarse.



¿Qué importa tu color, tu idioma, tu religión, si podemos cogernos la mano y ayudarnos?











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